El camino de las guarpenas (Parte II)

Por: Viviana Jaramillo


 

Impartiendo cultura

Cuando el niño está bebé y se quiere que crezca, se le alza y balancea mirando hacia la luna creciente mientras se entona un “cut, cut, cut”.

 

PRÁCTICA JITNÜ

Desde que la madre empieza a amamantar a su hijo, inicia el traspaso de toda una tradición cultural y biológica. Los primeros meses, la relación entre madre e hijo es muy parecida a la que tiene el canguro con su cría; pocas veces en el día la mujer se desprende de su criatura, a quien lleva guindada dentro de una tela que se tercia en el cuello y espalda. Ellas mismas construyen el cargador con retazos de la ropa que les regalan.

Todas las personas de las comunidades tienen una relación de afecto y cuidado con los bebés; los padres los cargan con frecuencia mientras las madres adelantan sus quehaceres. La relación con la abuela es muy importante durante este periodo, por ser la poseedora del conocimiento, y se encuentran casos en que, por gusto o por necesidad, la abuela termina criando al nieto.

Cuando los niños están todavía pequeños, hasta los seis años aproximadamente, permanecen en el hogar. Las actividades que realizaban, y que en parte permanecen hoy día, son narradas por Lobo-Guerrero de la siguiente manera:

Las mujeres y los niños menores permanecen en los campamentos nomádicos mientras los hombres van a buscar las piezas de caza […] las mujeres practican solo la pesca con la mano, en los pozos semisecos que el río, en la época de verano, deja aislados en sus márgenes. […] en la horticultura, los hombres se ocupan de la roza y la quema de conucos, las mujeres de la siembra, y ambos de la recolección de la cosecha. La búsqueda y recolección de algunos tubérculos y frutas silvestres es también una labor mixta. (Lobo-Guerrero, 1979: 61) (Herrera, 1982)

El proceso de educación de los jitnüs ha venido cambiando con la introducción de las escuelas. Cuando los niños llegan a cierta edad, según el gusto de los padres, empiezan a asistir a la institución y adquieren el estatus de estudiantes, labor que los exime de realizar actividades agrícolas y hogareñas que antes tenían como responsabilidades. Sin embargo, las jovencitas alcanzan a realizar labores en el hogar antes de salir para la escuela y los jóvenes, en las tardes o fines de semana, tienen oportunidad de acompañar los trabajos agrícolas. En este punto hay que resaltar que este cambio de estatus de los jóvenes parece dejar un vacío en las prácticas que se aprenden en la cotidianidad y a través del trabajo. Cuando una pareja joven se encuentra en una relación, ambos se retiran de la escuela.

En lo referente a las pautas de crianza que se reflejan a través de las reglas sociales que los padres imparten a sus hijos, las mujeres se encargan de reprender a los niños pequeños. Cuando los hijos tienes una actitud errada con su madre, esta les repite el consejo, pero “ellos parecen sordos” porque siguen cayendo en el error. Quizá por esta razón la forma de reprender a los niños suele ser hablarles fuerte, agarrándoles la oreja y bien cerquita del oído.

En conversaciones con los docentes, los colonos y los mismos padres se observó que, cuando los jóvenes llegan a la edad que en el mundo occidental se llama “adolescencia”, es más difícil reprenderlos, pues además los jitnüs evitan las peleas familiares en la medida de lo posible, lo que se traduce en una falta de autoridad. Sin embargo, al analizar las tendencias de asentamiento y crecimiento demográfico se encuentra que las comunidades están teniendo un crecimiento descontrolado que ocasiona no pocos problemas, teniendo en cuenta que no existen normas claras establecidas ni instituciones de gobierno que permitan una convivencia armónica con las nuevas características de su realidad. Es muy posible que la crianza en esta etapa del ser humano se regulara anteriormente por lo íntimo de la convivencia entre la familia extensa; ahora los asentamientos, que no se encuentran organizados por familias extensas, sino por la unión de más de una de las mismas, se ven obligados a compartir espacios, lo que genera conflictos para los cuales sus estructuras sociales y políticas no están preparadas.

Las parejas

En este tema, como en casi todos los que se tratan en el presente artículo, hay que tener en cuenta que los parámetros de construcción de las parejas dependen de la historia de vida de cada persona y su familia. Hay casos en que se presenta un manejo “tradicional” de la situación y otros en que se vislumbran los cambios que vienen teniendo los jitnüs.

En un proceder tradicional, la joven, cuando tiene su primera menstruación, ya está apta para unirse en pareja con un hombre que, antes de que la niña se desarrolle, se tiene seleccionado. La edad y la procedencia del hombre dependen de los acuerdos que realice el padre con el futuro esposo. Es el caso de una jovencita que tiene por marido a un hombre mayor, relación que se hará oficial cuando ella se desarrolle. Esta unión de pareja tiene el fin, según cuenta el padre de la joven, de incluir en la comunidad, a través de las relaciones familiares, a este hombre mayor que empieza a hacer las veces de cacique, pues en la comunidad no se tenía uno. En este caso es importante resaltar que, a la luz de los cambios en las comunidades jitnü, las mujeres encuentran un apoyo más efectivo en una pareja adulta, pues son hombres que trabajan la tierra con dedicación y garantizan una buena alimentación para la mujer y los hijos. Por el contrario, los hombres jóvenes son menos dedicados a la labor agrícola, y con la alta frecuencia en que en la actualidad son citados a las reuniones, esta labor queda aun con menos tiempo para ser realizada.

Cuando un hombre se va a casar con una mujer, debe trabajar por un tiempo en la familia de ella y vivir en la misma casa de sus suegros, aportando de esta manera mano de obra para la familia. Cuando se tienen hijos y la situación se presta para ello, construyen una casa no muy alejada de los padres de la mujer. Las parejas mayores presentan una relación que perdura por toda la vida, situación que con el tiempo se ha transformado y genera un tema muy importante en este documento: el madresolterismo.

Mujer jitnú con sus hijos.

Madre cabeza de hogar y en embaraza (La providencia, 2011)
Foto: Viviana Jaramillo

 

Con facilidad, y con un control social casi nulo, los hombres cambian de pareja o las mujeres dejan a los hombres. Al parecer, la primera opción es la más común y, en casos en que se presenta la segunda, se relaciona con un maltrato o alguna falta por parte del hombre. Un tercer motivo de la separación de las parejas se encuentra en la muerte de los hombres por cuestiones relacionadas con el conflicto armado o problemas entre las comunidades. Esta situación eleva de manera considerable el número de mujeres que tienen que sustentar a sus hijos solas; para estas mujeres el apoyo alimentario y de vivienda de los padres es determinante, lo que no implica que sea suficiente. Dentro del madresolterismo se encuentran también abuelas que, producto de los movimientos poblacionales de este pueblo, han quedado como responsables de sus nietos.

Otra situación que se observó durante este trabajo es la tendencia de las madres de familia solteras a ir a la ciudad en busca de ayudas que se ven obligadas a gestionar ellas personalmente, pues la organización política de su pueblo no se las garantiza. En la ciudad se quedan varios días, durante los cuales, al igual que todos los de su pueblo, viven de pedir plata a las personas, de pedir huesos en la plaza de mercado y de recoger las frutas y verduras desechadas. En total se identificaron nueve casos de madresolterismo entre todas las comunidades; eso significa nueve familias desamparadas, a las que se suman las abuelas que, pese a su avanzada edad, deben suministrarse sus alimentos.

Este número de familias, que parece pequeño frente a las más de cien familias que se registran en el censo jitnü, es más representativo de lo que los números aparentan; en el pueblo jitnü hay una gran distancia entre los censos y lo que se ve y se vive en la realidad. Lo anterior se debe a que en ese número de familias se incluyen las que están iniciando y aún no tienen hijos o apenas tienen uno; otras familias que no viven de forma permanente en las comunidades, las abuelas y los casos especiales se cuentan como una familia en los censos. Lo anterior se hace por la necesidad de no excluir a nadie y de garantizar las ayudas para cada persona que tiene que ver por sí misma. Al final de cuentas, como el individuo en esta sociedad suma, con que halla una mujer y su hijo en estado de abandono, ya es suficiente motivo para poner los ojos en la problemática. Preocupante pero cierto, con las dinámicas de cambio del pueblo jitnü se ve un panorama de abandono de la mujer soltera en sus diferentes edades, pues además ellas hacen parte del grupo más marginado de la estructura social jitnü que, de por sí, ya hace parte de las minorías marginadas de la sociedad colombiana.

En este tema es urgente una reflexión por parte del pueblo jitnü, pues estas mujeres son las más excluidas de las decisiones comunitarias al no tener representación en estos espacios. Hasta ahora, la única visibilización del problema se da a través de las quejas que estas mujeres les manifiestan a los funcionarios que pasan por las comunidades. En la asamblea general jitnü de 2011, este tema no se trató en ningún momento, lo que muestra que hasta hoy no se considera una problemática del pueblo, pero al acercarse a la situación de estas mujeres y sus familias es evidente su complejidad.

En la vida en el campo, la complementariedad entre el trabajo del hombre y el de la mujer se caracteriza por ser la estrategia para lograr mantener el duro trabajo de vivir de la naturaleza. Si vamos unos párrafos atrás, encontramos la división sexual del trabajo entre los jitnü, en la cual el hombre es el proveedor de la proteína animal y el encargado de tumbar el monte para poder hacer el conuco. ¿Qué deben hacer entonces estas mujeres y sus hijos para acceder a los alimentos?

Como ya se explicó, las relaciones familiares ayudan mucho en este proceso, y es la forma como se enfrenta el problema en la actualidad, lo que —nuevamente planteo— no implica que sea suficiente, ya que depende de cuantas responsabilidades, además de ayudarlas, tengan sus familiares. Si su padre todavía trabaja la tierra, o si sus hermanos son solteros y sin hijos, la situación les da tiempo y excedentes para compartir mientras la mujer con labores en la casa retribuye las ayudas. Por el contrario, si los hermanos o los padres tienen muchas bocas que alimentar, la porción de la mujer y sus hijos se reduce de forma considerable. Para concluir, dejo sobre la mesa un detalle que hace más difícil comprender y asumir la situación: la mayoría de estas madres solteras manifiestan que no quieren volver a tener pareja; su futuro lo ven al lado de sus hijos, viendo y luchando por ellos.

En cuanto a la planificación de la familia, o del número de hijos, se puede afirmar que son contados los casos en que se hace uso de los métodos anticonceptivos de la biomedicina. Los casos encontrados fueron una mujer de aproximadamente treinta años que tiene una hija de siete años y tuvo un hijo que murió al nacer. Dicho parto se dio en el hospital, donde le practicaron una ligadura de trompas; según cuenta ella, fue por su petición. El segundo caso es el de una mujer de dieciocho años que tiene marido pero no hijos y se puso un implante subdérmico; antes estudiaba pero ahora se mantiene, como los líderes de su pueblo, incluido su marido, en la ciudad yendo a reuniones, libertad que se puede conceder, en buena parte, por no tener responsabilidades maternas como las otras mujeres.

El último caso encontrado se refiere a una joven de diecisiete años que también tiene pareja pero no hijos, quien manifestó que no había quedado en embarazo porque tomaba aguas de hierbas y la había rezado el cacique de su comunidad para que todavía no tuviera hijos, pues ella es la “querida” de su compañero. Esta joven representa la necesidad de controlar la fertilidad con el fin de tener posibilidades de estudiar y de esperar el momento ideal para ser madre. De los tres casos este resalta por implicar un control de la fertilidad femenina a través de prácticas propias del pueblo jitnü.

Otra forma de regulación de la fertilidad, que fue planteada por un hombre con conocimientos tradicionales, se refiere al uso del hayo, un bejuco que cortan y luego asan en el fuego para utilizar como energizante. Según la conversación mantenida, esté bejuco “sirve para detener la menstruación y como consecuencia detiene la posibilidad del embarazo”, además de servir como afrodisiaco.

Las demás mujeres, a juzgar por la distancia temporal que hay entre sus hijos, no practican ningún tipo de método de planificación, y aquellas con las que se tocó el tema lo confirmaron. Las mujeres jóvenes-niñas con marido ya tienen su primer hijo o por lo menos esperan tenerlo pronto. En algunos casos se ha escuchado sobre la necesidad de controlar el número de hijos, pero en general se observa que la vida de los jitnü gira en torno a los hijos y la familia y que, en caso de querer controlar el número de hijos, nunca se refieren a anular la posibilidad.

Entonces a la hora de pensar en la implementación de métodos anticonceptivos en este pueblo hay que tener en cuenta las formas internas-tradicionales de regulación de la fertilidad, y que sus expectativas en el número de hijos son diferentes a las de las mujeres y parejas urbanas, pues las dinámicas sociales en que se encuentran inmersas son particulares de la historia y la cultura de su pueblo. Tener hijos en estas comunidades es muy importante en la historia de vida de las personas, solteros y sin hijos son pocos, y aquellos que por razones biológicas no pueden tener hijos son llamados machorros o machorras con cierto aire de burla y con impotencia por parte del protagonista.

 

El liderazgo de las guarpenas (mujeres)

El jitnü, como lo han hecho otros pueblos indígenas, tiene que construir nuevas instituciones de gobierno para poder relacionarse con las instituciones del Estado (Gros, 2010) , proceso que ya han iniciado. Este apartado se aprovecha para resaltar la importancia de buscar que en estas instituciones se incluya a las mujeres teniendo en cuenta su necesidad de permanecer en sus hogares y la ventaja que presenta la facilidad de movimiento de la gente Jitnü, eso si, cuidando que esto no genere el abandono de las actividades que deben realizar en sus casas y conucos.

Ahora bien: analizando un poco la situación vemos que, a pesar de saber que tienen sus derechos, y de conocer sus necesidades, las mujeres hablan con los hombres, y entre ellas, pero están lejos de tener voz y voto en los proyectos que se implementan en las comunidades. Si bien opinan en algunos espacios y sostienen luchas verbales, quien habla con las instituciones es un hombre que, en su condición cultural de hombre jitnü, no tiene en cuenta las percepciones de las mujeres. Aún con mayor razón, si tenemos en cuenta que estos hombres-representantes viven un proceso de deslumbramiento del mundo del capital, y del adquirir lo que en la ciudad se puede encontrar, situación que muchas veces los separa de sus familias, especialmente de las comunidades, y una vez alejados de los resguardos, la distancia con la realidad de las mujeres y los niños es infinita.

En conversaciones con las comunidades, en las cuales se promovió el cuestionamiento sobre qué necesitan las mujeres, fue evidente que a ellas hasta ahora no se las incluía en estos cuestionamientos. Los mismos hombres manifiestan la necesidad de incluirlas, en este sentido es importante resaltar el caso de los líderes analfabetos y que tienen por pareja a mujeres que saben leer y escribir; en estos casos, la mujer puede funcionar como apoyo para los hombres, que sin temor y con habilidad se comunican en las reuniones.

A favor de esta situación, caminando con el pueblo jitnü se puede observar que no hay duda de la existencia de mujeres potencialmente líderes. Aunque en este tema se presenta el mismo obstáculo que en el caso de los hombres, pues las mujeres que hasta ahora se atreven a hablar en las reuniones, que son contadas, son especialmente jóvenes. Estas mujeres, llevan un recorrido aún más incipiente que el de los hombres, por esta razón desconocen las luchas políticas e ideológicas que se libran en cada reunión a la que asisten y reducen sus intervenciones a una lista de necesidades materiales que son anotadas por algunos funcionarios pero que hasta ahora no se han reflejado en ayudas concretas para ellas.

 

Lo ideal para ambos casos es iniciar un proceso de empoderamiento de estas mujeres a través de explicarles de diferentes maneras, con variadas metodologías y en terreno, la forma como funcionan las instituciones del Estado con relación a su pueblo, y el momento actual de cambio que vive la realidad Jitnü. En este mismo camino, hay que construir un puente entre las instituciones; las mujeres jóvenes que manejan un español que les permite participar en reuniones institucionales y las mujeres maduras que, a pesar de su manejo limitado del español, son quienes tienen claras las costumbres y necesidades de su pueblo, reconocen la injusticia y propugnan la mayoría de las veces la equidad.

 

Conclusiones

Las mujeres del pueblo jitnü son herederas de una tradición cultural que, en su camino a entrar en el mundo “occidental”, se encuentra buscando estrategias políticas de organización. En ese sentido, todavía no se ha trabajado el liderazgo femenino con la atención que merece, y las posibilidades que implican el poner sobre la mesa del debate, el mundo visto a través de las guarpenas. Es evidente que en este tema ellas no están exentas de caer en los típicos problemas de los líderes, aunque, en definitiva, lo harán de forma diferente, ya que no pueden obviar sus obligaciones como madres.

Otro punto clave de este tema es identificar la situación alimenticia y de salud de las familias encabezadas por una mujer, pues ellas están quedando a la deriva en el proceso de cambio que viven las comunidades. Estas mujeres y sus hijos, que hacen parte de la familia jitnü, al encontrarse en estados altos de vulnerabilidad aumentan las posibilidades de que sus hijos crezcan con sus derechos vulnerados y pierdan la oportunidad de aportar en el crecimiento de su pueblo.

En el ciclo vital de las mujeres jitnü se encuentran prácticas culturales como el ritual de la primera peyaguirja o los procedimientos en el embarazo, que, además de ser muy valiosos para la humanidad, funcionan como columnas que mantienen el equilibrio de la sociedad con el individuo y del individuo con su cuerpo y su entorno. En esa medida, procurar que estas costumbres se mantengan a través del respeto de las mismas y de hacerles ver a las mujeres jóvenes su importancia es urgente para atenuar el desequilibrio que produce el cambio que viven las comunidades jitnü.

En ese sentido, es importante resaltar que estas costumbres todavía tienen legitimidad en la mente de las personas. Por ello, a pesar de los cambios, estas prácticas son realizadas no porque se diga que son importantes sino porque para ellas son verdad. Lo que significa que, así para el ojo externo no tenga sentido pensar en gusanos que se meten en la cabeza, o en la mujer que se encorva por no mantener el ritual de iniciación, para el pueblo jitnü esto tiene todo el sentido y es verdad dentro de su mundo cultural. Diferente a otros pueblos indígenas en los que han tenido que volver a encontrarle sentido a sus prácticas antiguas, o las reproducen en espacios lúdicos pero no como parte de su ciclo vital. La anterior afirmación se fundamenta en la observación y lectura de la historia y actualidad de otros pueblos indígenas, en los que, por ejemplo, los bailes que antiguamente los conectaban con otros estados, otros mundos y entre ellos mismos, ya no hacen parte de sus actividades rituales sino que los realizan motivados por agentes externos.

Ahora bien: ¿Cómo se puede resaltar la importancia y la riqueza de estos rituales del ciclo vital cultural de las mujeres jitnü? Primero que todo, las escuelas tienen que armonizarse con estas costumbres para ir mostrándoles a los niños por qué estos rituales que permanecen en ellos son tan importantes. Esto a través de trabajar sobre ejemplos de otras sociedades y reflexionar con las jovencitas sobre sus experiencias por medio de la escritura y la lectura. Por otro lado está la labor de los profesionales que van a terreno, o se encuentran con estos indígenas en diferentes contextos, de entender su riqueza cultural y por ningún motivo generar vergüenza por su forma de vivir el ciclo vital; en esa medida, se espera que los médicos, dentistas y docentes que con ellos trabajen tengan contacto con estos documentos.

En cuanto al tema de lo que se llama la salud sexual y reproductiva, cualquier intento de implementación de alguna forma de planificación familiar en este pueblo debe tener un análisis previo de la situación general de la familia jitnü y de las posibilidades de manejar el crecimiento demográfico con prácticas propias de su cultura. Es posible que los jóvenes que han planteado la necesidad de métodos anticonceptivos se estén empezando a alejar del conocimiento de los caciques y, por lo tanto, no hayan pensado en recurrir a ellos para controlar la frecuencia del embarazo de su pareja. El funcionamiento de la anticoncepción según la tradición jitnü es algo que desconocemos pero, a juzgar por el caso específico en que nos basamos, tiene un alto grado de efectividad. Y así no lo tuviera, iniciar el camino de la planificación familiar con prácticas propias de este pueblo es un deber de todos, y una necesidad, pues a través de ello se renuevan y legitiman los conocimientos de los caciques que como los médicos son estudiosos del cuerpo humano y la naturaleza.

En caso de recurrir a los métodos de planificación de la biomedicina, hay que asegurar que cada persona entienda perfectamente las implicaciones de los métodos anticonceptivos, y con mayor cuidado si se trata de los quirúrgicos, que no tienen reverso. Para este punto, hay que resaltar la existencia de la vasectomía si la pareja busca una decisión radical en cuanto al tema, ya que, cuando se piensa en métodos quirúrgicos de planificación familiar, se tiende a promover con exclusividad los que intervienen el cuerpo femenino, que son más agresivos con el cuerpo y de procedimientos más complejos, y no en los métodos masculinos que son de fácil implementación y menos agresivos con el cuerpo. Es posible que los hombres jitnüs sean más dados a este procedimiento que los de la sociedad “blanca”, por su apertura mental y condiciones históricas particulares. En conversaciones con un hombre mayor sobre si iba a tener más hijos, se refirió a que él ya “no funcionaba” y que, aunque sabía que con el hayo podía solucionar la situación, prefería quedarse quieto y dejar a la mujer quieta, ya que ellos no quieren tener más hijos.

Resta decir que el trabajo con las mujeres jitnü es un trabajo de base que debe realizarse en terreno, con el fin de promover liderazgos a través de situaciones concretas de su realidad que las vayan empoderando y así ellas puedan tener representación en las reuniones comunitarias. Así mismo, promover los diálogos entre las mujeres, quizá no entre todas las comunidades, pero sí dentro de las mismas comunidades, es una urgencia para que se inicie una reflexión sobre el papel de la mujer jitnü en el proceso de cambio que está viviendo este pueblo. Es importante insistir en la importancia que tiene el que estos diálogos se den en su mayoría pisando el suelo de las comunidades, ya que estas mujeres tienen responsabilidades allí mismo, y el traslado a las ciudades implica el abandono de los conucos, las casa y los animales. En ese sentido, los diálogos entre mujeres se pueden dar alrededor de trabajos colectivos de ellas mismas, bien sea reunidas cada una haciendo su tejido, o sembrando de manera comunal, que es un poco más complicado porque los Jitü siembran por familia y no por comunidad. Sin embargo, en el momento de cambio que viven, una de las necesidades es lograr la unión entre asentamientos porque las disputas y envidias solo generan caos y complican el diálogo con las instituciones, lo que muchas veces justifica la mediocridad a la hora de trabajar con este pueblo y hacer efectiva la responsabilidad que por ley y por evidencia histórica tiene el pueblo colombiano para con la Noción Jitnü.

Así se expresa el mito, que no es más que la vestidura del misterio. Pero la fiesta es su traje de lujo; vuelve periódicamente, ciñendo los modos del tiempo, y por ella el pasado y el porvenir se tornan en presente para el espíritu popular.

THOMAS MANN

 

Bibliografía citada y consultada:

Herrera, Xochitl  y Lobo Guerrero, Miguel (1982). Estudio de antropología médica. Entre indígenas y colonos del medio río Ele. Colciencias. Bogotá.

Gros, Christian (2010). Nación, identidad y violencia: el desafío latinoamericano. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá.